lunes, 9 de marzo de 2015

Wild Horses 18








CAPITULO 18

Lali se acercó un poco más al pecho de Peter, ya que de repente un frío viento se había levantado. En menos de dos minutos todo el cielo se cubrió de las negras nubes que Lali había estado contemplando unos cuantos minutos antes. 
Peter percibió el movimiento de ella y miró hacia el cielo. Alzó ambas cejas. Esas nubes solo podían significar que en cualquier momento comenzaría a llover. Se acercó un poco más a ella, para brindarle seguridad. Su corazón latía muy fuerte, por varias razones: tenerla así de cerca, sentir su perfume y el miedo/rabia que lo había invadido cuando aquel maldito infeliz la había tocado. Jamás había sentido tanto odio hacia alguien. Si no fuera porque ella lo detuvo, estaba seguro de que Federico Igarzabal no hubiese quedado de pie.
Y de repente un rayo pareció partir la tierra. Lali ahogó un grito mientras que el caballo se parada, asustado, sobre sus patas traseras.
Peter tomó con más firmezas las riendas y trató de calmarlo. Pero otro trueno llegó, el caballo comenzó a correr sin dirección, mientras que la densa lluvia se hacía presente.

—¿Qué está pasando, Peter —preguntó asustada.
—Solo está asustado —dijo él —y no obedece a mis órdenes de detenerse.
—Yo también tengo miedo —murmuró como si de una niña se tratara.
—Tranquila, enana, no estás sola.

Peter divisó que el caballo se dirigía hacia las afueras de las estancias, más hacia la nada que hacia el pueblo. Trató de detenerlo de nuevo, pero no tuvo éxito. Y la lluvia comenzó a ser torrencial, apenas se podía ver el camino. Entonces el azulino supo que tendrían que saltar.

—Lali tenemos que saltar.

Ella se incorporó un poco y lo miró aterrada.

—Debes estar bromeando —dijo. Él negó levemente.
—No puedo detener al caballo.

Entonces ella le quitó las riendas y comenzó a tirar de ellas con fuerza. Peter la miró divertido.

—¿Cómo se llama el animal? —preguntó nerviosa.
—¡Helios! —dijo él. Ella volvió a tirar de las sogas.
—¡Para, Helios, para ya! —dijo elevando la voz lo más que pudo.

Y como si el caballo hubiese sido hechizado se detuvo. Peter estaba realmente asombrado. Ella se alejó un poco de él y se bajó de un salto. Estaba completamente empapada y el agua seguía cayendo como si de una catarata se tratara.
Otro rayo hizo temblar todo. Lali gritó y entonces el caballo comenzó a correr de nuevo con Peter a cuestas.

—¡Peter! —exclamó ella y comenzó a correr detrás de él.

Su corazón dio un vuelco al ver que él saltaba del caballo. Helios siguió corriendo y ella lo perdió de vista bajo la lluvia. Corrió hasta llegar a Peter que estaba tumbado boca arriba sobre la tierra lodosa. Se arrodilló junto a él y se desesperó al verlo con los ojos cerrados. Tal vez se había la cabeza o algo por el estilo.

—Peter, Peter, Peter —repitió su nombre nerviosa y tomó su rostro con ambas manos. Lo acarició, tratando de secar su piel. Y entonces su ojos se llenaron de lágrimas —por favor, Peter, abre los ojos… sabes que le tengo miedo a las tormentas.

Él ni se movió. Tampoco hizo algún movimiento de abrir los ojos. Lali se mordió los labios para ahogar su sollozo. Y volvió a acariciar sus mejillas. ¿Qué iba a hacer ella sola con él desmayado? por dios, lo necesitaba despierto. Necesitaba que la abrazara y le dijera que la tormenta ya se iba a ir, que sola era una estúpida lluviecita.
De repente él abrió los ojos y la miró. Una suave sonrisa se curvó en sus labios al verla con los ojos cerrados, rezando en voz muy bajita.

—Lo sé —dijo él —sé que le temes a las tormentas.

Ella abrió los ojos rápidamente para observarlo. Sonrió levemente pero después frunció el ceño. Acto seguido le dio un firme golpe en el pecho y se puso de pie. Comenzó a caminar hacia no sabía donde.

—¿Lali? —la llamó mientras se sentaba.

Siseó por lo bajo ante el dolor en una de sus piernas. Pero se puso de pie y comenzó a caminar tras ella. La alcanzó y la tomó suavemente del brazo. Ella giró y volvió a golpearlo en el pecho.

—¡Eres un idiota, Peter, creí que te había pasado algo! —chilló mientras lo seguía golpeando. Él solo la observaba. Sabía por qué estaba enojada. Él había estado fingiendo estar desmayado. Solo para ver que le provocaba. No había sido buena idea, pero no estaba arrepentido.
Otro trueno iluminó todo el campo. Ella dejó de pegarle solo para abrazarlo, metiendo los brazos entre los de él.

—Te odio, Peter.

Él se rió suavemente y también la abrazó.

—Ambos sabemos que no —le dijo.

Ella se alejó un poco para mirarlo y le sacó la lengua. Otro trueno llegó y ella volvió a abrazarlo.

—Dime que sabes donde estamos y que vamos a llegar pronto a casa —le pidió asustada.

Peter miró a su alrededor. No estaba del todo seguro, pero apostaría su cabeza a que estaban en la vieja estancia de los Mcadams.

—Creo que sé donde estamos —le contó —pero lo malo es que no estamos cerca de la casa. Y con esta lluvia vamos a tardar más en llegar.
—Tengo miedo, Peter.

Se alejó un poco de ella y la miró fijamente a los ojos.

—No tienes que tener miedo, Lali. Yo estoy aquí para cuidarte, ¿si? —ella asintió levemente —pero va a ser mejor que nos resguardemos en el viejo establo de los Mcadams.

Lali lo miró aterrada.

—¿Estamos en las tierras de los Mcadams? —Peter asintió —por dios, esto es horrible.
—Lali, nada va a pasarnos.
—Por si no lo recuerdas estas tierras están… embrujadas.

Él soltó una sonora carcajada y pellizcó la nariz de ella. No podía creer que ella todavía creyera en esas cosas.

—Bonita, no puedes estar hablando en serio. ¿Todavía crees en eso?

Ella pestañeó seguidamente, por el tonto cosquilleo que sintió en la panza al escuchar que él la llamaba bonita.

—Yo… claro que las creo.
—Esas historias que nos contaban cuando éramos niños no son verdad, enana.
—Claro que son verdad, ¿por qué nadie volvió a saber de ellos?

Él sonrió y levantó la mano para acariciar la mejilla de Lali. Estaba fría por la lluvia y el viento. Las sonrisas, los miedos, la tormenta, todo desapareció alrededor de ellos. Fuerte y extraño era lo que ambos sentían. Raro de explicar, porque había sucedido de repente.
Peter tenía una novia. Él la quería, claro que si. Pero desde que había vuelvo a posar sus ojos en los ojos de Lali Esposito, todo había cambiado.
Lali creía estar enamorada de Benjamin. Pero ¿por qué Peter hacía latir su corazón así de fuerte? había sentido tantos celos cuando lo había visto con aquella muchacha. Y lo peor de todo era que ella no tenía derecho a sentir celos, claro que no.

—Va a ser mejor que… comencemos a ir, acabas de salir de un resfriado —dijo él. 

Dejó de acariciarla y comenzó a caminar. Lali se quedó quieta en su lugar, con la sensación caliente de su mano contra su piel. Se sentía tan tonta. Cada vez que él tenía un gesto tierno hacia ella todo su mundo giraba.
Seguía lloviendo pero no tan seguido como antes. Lali reaccionó y comenzó a caminar rápido detrás de él. Pronto lo alcanzó y se acercó lo más que pudo. Tenía miedo y frío, necesitaba tenerlo cerca.
Luego de caminar, callados unos cuantos minutos, llegaron al viejo y abandonado establo de los Mcadams. Peter abrió la pesada y oxidada puerta, haciendo un gran ruido. Entraron… todo estaba tirado, no habían caballos y si había unas cuantas telas de araña.
Ella puso cara de asco y volvió a acercarse al ojiverde.
Él buscó un viejo mechero y logró prenderlo, dándoles luz y un poco de calor. Corrió un poco de las cosas hacia un costado e improvisó una especie de colchón.
Ella solo lo observaba en silencio, temblando levemente del frío. Se acercó un poco más al pequeño fogón que él había hecho.
Cuando Peter terminó de arreglar todo se giró a verla. Ella también lo miró y le regaló una tímida sonrisa.

—¿Terminaste? —inquirió ella.
—Si —asintió él algo embobado.
—¿Y qué haremos ahora? —quiso saber —mi celular no tiene señal para poder pedirle ayuda a alguien.
—Tendremos que pasar la noche aquí hasta que la tormenta termine.
—¿Toda la noche… solos? —fue una pregunta que le salió del alma. Él se encogió de hombros.
—Al parecer si… toda la noche solos. 




CONTINUARA...

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