sábado, 18 de abril de 2015

Tangled #25






CAPITULO 25

Entro en la oficina de Lali como un soldado de asalto desembarcando en Normandía. Ella está en su escritorio escribiendo rápidamente en una plataforma legal amarilla.

—He vuelto. ¿Me extrañaste?
No levanta la mirada. 

—Desesperadamente.
El sarcasmo es la defensa más antigua en el libro. Le sigo el juego. 

—Sabía que te estaba agotando. ¿Qué me puso en la cima? ¿La Hermana B?

Lali empuja detrás de su escritorio y cruza las piernas. Está utilizando unos zapatos nuevos. No me di cuenta antes. Unas Mary Janes negras con un malvado tacón alto y una correa alrededor del tobillo. ¡Por Dios! Son la mezcla perfecta de traviesa y simpática. Dulzura y sexo. Y mi pobre y desatendida polla convulsiona mientras me imagino todos las fantásticas —y semi-ilegales— cosas que podría hacer con ella en esos zapatos.
Nunca he tenido un fetiche, pero estoy pensando en empezar uno.

La voz de Lali me arrastra lejos de mis pensamientos impuros.

—No. Fue la visita de tu hermana, en realidad. La sutileza no funciona en tu familia ¿verdad?
Uh oh. Tenía miedo de esto.
—Euge tiene profundamente arraigados problemas psicológicos. Es inestable. No deberías escuchar lo que dice. Nadie en mi familia lo hace.
—Parecía completamente lúcida cuando estuvo aquí.


Me encojo de hombros. 

—Las enfermedades mentales son algo delicado.

Sus ojos me escudriñaron indecisa. 

—No estás hablando en serio ¿verdad?

Mierda. Sin mentir.

—Técnicamente, nunca ha sido diagnosticada. Pero sus ideas sobre la justicia y la venganza son certificables. 

Imagina a Delores... con más experiencia para perfeccionar su técnica durante una década.
La cara de Lali se afloja con entendimiento. 

—Oh.

Sí

—Bienvenida a mi mundo, cariño.
—Me trajo café— dice Lali. —¿Debo beberlo?

Ambos miramos sospechosamente la taza de Starbucks en su escritorio.
Cuando tenía trece años, subaste un par de bragas de Eugenia en el vestuario de los chicos. Unas sucias. Cuando se enteró a través de los rumores de las otras hermanas mayores, lo jugo bien, sin darme una idea de que lo sabía. Y entonces llenos mis Coco Pebbles con laxantes con sabor a chocolate. No salí del baño por tres días.
Ahora, sé que ella no tiene ese tipo de rencor contra Lali, pero aun así...


—No lo haría.

Asiente con la cabeza rígidamente y desliza la taza lejos de ella.

—¿Qué piensas de Rufi? De verdad quería estar aquí cuando la conocieras.

Su sonrisa es cálida y genuina. 

—Creo que es increíble.
—Estoy seguro de que estarás encantada de escuchar que usó su calculadora en mí cuando me topé con ellas abajo.


Su sonrisa se ensancha. 

—Eso es genial.

Niego con la cabeza, y Lali dice: 

—Ahora veo por qué Eugenia comenzó el tarro de las malas palabras, puesto que parece que pasas tanto tiempo con Rufi.
—¿Qué quieres decir?


Se encoge de hombros. 

—Habla como tú. No todos los días escuchas a una niña de cuatro años decir que el príncipe azul es un imbécil que sólo retiene a Cenicienta.

Esa es mi chica.

—Maldecir es bueno para el alma.

Lali reprime una sonrisa. Y se ve tan tentadora no puedo evitar inclinarme sobre su silla, atrapándola con mis brazos. La pequeña charla se acabó. Es hora de volver a los negocios.

—Ven a caminar conmigo.

Mi voz es baja. Persuasiva.

—De ninguna manera.

Y totalmente ineficaz.

—Vamos, Lali, te tomará sólo un minuto. Quiero mostrarte algo.

Ella aspira

—¿Qué harías? ¿Contratar a los hermanos Ringling para hacer un show en el vestíbulo? Organizar un desfile en mi honor.

Me río. 

—No seas ridícula. No haría eso.

Lali levanta una ceja escéptica.

—Está bien, tienes razón, yo definitivamente haría eso. Pero hoy no.

Me empuja y se levanta. Le dejo.

—No tienes miedo, ¿verdad?— Pregunto—. ¿Miedo de no ser capaz de controlarte a ti misma si estás asolas conmigo?

Para las personas como Lali y yo, un reto es algo así como una prostituta en una Convención de adictos al sexo. Es casi imposible de rechazar.

—Si te refieres a que tengo miedo de que pueda matarte si no hay ningún testigo que declarare en mi contra, entonces la respuesta es sí. Aunque debo admitir, veinte-años-de-vida parece a un pequeño precio a pagar por el momento.
¿Crees que disfruta del juego verbal tanto como yo lo hago? Tiene que hacerlo. Es muy buena en esto.
Camina alrededor, poniendo su escritorio entre nosotros.

—Mira, Peter, tengo un nuevo cliente. Te lo he dicho. Sabes cómo es. ... No puedo estar distraída ahora.
Tomo eso como un cumplido. 

— ¿Te distraigo?

Resopla. 

—No me refería a eso—Entonces su cara cambia. Y está implorando—. Tienes que parar esto — sacude sus manos en el aire —. Está misión en la que estás. Olvídalo. Por favor.
Cuando Nico tenía once años, corrió contra un árbol durante un partido de fútbol en su patio trasero y su frente se rompió. Por el tiempo que he vivido, nunca olvidaré el sonido de él rogando, suplicándole a su madre que no lo lleve al hospital. Porque sabía que necesitaba puntos. Y sólo las puntadas, duelen. A cualquier edad.
Pero Janey Riera no cedió. De todos modos lo llevo. Porque aunque Nico estaba aterrado —aunque no era lo que él quería— ella sabía que era lo que necesitaba.
¿Ves a dónde voy con esto?

—La pelota está en tu cancha, Lali. Te lo dije desde el principio. ¿Quieres que me vaya?, todo lo que tienes que hacer es salir conmigo el sábado.

Muerde su labio. Y baja la vista a su escritorio.

—De acuerdo.
¿Vamos de nuevo?
Claro, me encantaría. Con Lali.
Está bien, no es el momento para bromear.

—¿Lo siento? Podrías repetirlo, ¿por favor?
Sus ojos están en los míos. Parecen indecisos pero resignados. Como alguien esperando en la fila por una montaña rusa. Decididos a conseguirlo pero sin estar seguros de la mierda en la que se han metido

—Dije que sí. Iré a cenar contigo el sábado.
Ya es oficial. Prepárate. El infierno en realidad se ha congelado.
—Después de hablar con tu hermana, me di cuenta de un par de cosas...
¿Me quieres? ¿Me necesitas? ¿No puedes vivir sin mí?
—…Creo que necesitas un cierre, Peter.
Oh no. No cierre. Cualquier cosa menos un maldito cierre.
El cierre es una palabra compuesta que inventaron las mujeres para poder sobre analizar algo y hablar de ello —hasta muerte. Y entonces, después de que ha sido bendecido y enterrado, el cierre les da la excusa para desenterrar al hijo de puta y hablar de ello— un poco más.
Los chicos no hacemos eso. Jamás.
Se ha acabado. Desaparecido en el negro. Fin.
Ese es todo el maldito cierre que necesitamos.

—¿Cierre?
Ella camina hacia mí. 

—Creo que las cosas empezaron entre nosotros y se acabaron demasiado rápido, no tuviste tiempo para aclimatarte. Tal vez si pasamos algún tiempo... si hablamos en la oficina... vas a entender que después de todo lo que ha sucedido, lo mejor que podemos esperar es ser amigos.
Estoy seguro de que quiere decir sin beneficios. Y eso no funciona para mí.
Un hombre no puede ser amigo de una mujer por la que se siente activamente atraído. No realmente. Porque en algún momento su polla asumirá el control. Caminara como él y hablara como él, pero —como uno de esos pobres idiotas infectados por esas cosas raras que te succionan la cara en Alien— no será él. Y desde ese momento, cada movimiento, cada gesto estará orientado a lograr la meta de la polla. Que tan seguro como la mierda no tiene nada que ver con la amistad.

Además, tengo amigos: Agus, Nico, Jack. No quiero follar con ninguno de ellos.
—¿Amigos?
Ella no nota mi disgusto ante la idea. O no le importa.
—Sí. Nosotros deberíamos volver a estar en contacto como compañeros de trabajo. Iguales. No en una cita. Más como una reunión de negocios entre colegas.
La negación es una cosa muy poderosa. Pero en este momento voy a tomar lo que sea. 

—Entonces, ¿lo que me estás diciendo es que saldrás conmigo el sábado? Es la línea final, ¿no?
Ella vacila. Y luego asiente con la cabeza. 

—Sí.
—Perfecto. No digas nada más. Te recojo a las siete.
—No.
—¿No?
—No. Yo me encuentro contigo.

Interesante.
Hablo lentamente


—Lali, sé que no has estado en muchas citas, teniendo en cuenta el idiota que llamaste novio te tenía comprometida antes que estuvieras fuera del acostumbrador. Pero en casos como éste, el chico—ese soy yo— se supone pasa a buscar —a la chica. Es una ley no escrita.
¿Ves cómo sus labios se presionan juntos? ¿Cómo se cuadran sus hombros? Diablos, sí. Está lista para la pelea.
—Acabo de decirte que no es una cita.
Me encojo de hombros. 

—Semántica.
—Digamos que hipotéticamente es una cita. Sería la primera cita. Y yo nunca dejaría que un hombre que no conozco vaya a mi casa a buscarme para la primera cita.

Empujo una mano a través de mi cabello. 

—Eso no tiene sentido. Tú me conoces. Hicimos el 69. Creo que me conoces muy bien.
—Mira, estas son mis condiciones. Si no puedes vivir con ellas, podemos olvidar todo...
—Espera, espera. No nos precipitemos. Estás bien. Puedes encontrarte conmigo en mi apartamento. A las siete. En punto.
—De acuerdo.
—Pero tengo algunos términos propios.

Ella salta a mi garganta. 

—¡No voy a tener sexo contigo!
Me obligo a parecer sorprendido. 

—Estoy herido. De verdad. ¿Quién habló de sexo? Nunca pediría sexo como parte de nuestro acuerdo.
Y entonces sonrío.
—Es opcional. La ropa también.
Rueda sus ojos. 

—¿Es eso?
—No.
—¿Qué más quieres?

Oh, nena. Si ella supiera. Aunque probablemente es mejor que no lo haga. No quiero asustarla.
—Quiero cuatro horas. Por lo menos. Sin interrupciones. Quiero conversación, cena, aperitivos, plato principal, postre, vino, baile...
Sostiene su mano en alto. 

—No hay baile.
—Un baile. No es negociable.

Mira el techo, sopesando sus opciones. 

—Bien. Un baile—. Apunta su dedo a mí—. Pero si tus manos se acercan a mi culo, me voy de allí.
Ahora es mi turno para pensarlo. 

—Bueno... bien. Pero si te niegas a alguna de mis estipulaciones, me reservo el derecho de hacerlo de nuevo.
Espera un momento. Sus ojos entrecerrados desconfiadamente. 

—Y me vas a dejar sola, completamente, hasta el sábado. ¿Sin sacerdotes apareciendo a saludar? Ni esculturas de hielo derritiéndose en mi puerta?
Sonrió. 

—Será como si nunca nos hubiésemos conocido. Como si yo ni siquiera trabajara aquí.
Lo más probable es que no estaré aquí. Voy a estar muy ocupado.
Lali asiente con la cabeza. 


—De acuerdo.
Extiendo mi mano. Ella la sacude y dice. 

—Es un trato.
Giro suavemente su mano y beso el dorso, como lo hice la primera noche que nos conocimos. 

—Es una cita.
¿Alguna vez has entrado en una habitación para conseguir algo, pero una vez que estás ahí, no tienes ni idea de lo que estabas buscando? Bien. Entonces vas a entender por qué vuelvo y empiezo a caminar fuera de la habitación.
Hasta que la voz de Lali me detiene. 


—¿Peter?
Miro hacia atrás a ella. 

—¿Sí?
Su rostro es abatido. 

—Yo no...No me gusta lastimar a la gente. Así que... no te hagas ilusiones con lo del sábado.
Antes de que pueda abrir mi boca, movimiento por la ventana captura mi ojo. Y no puedo creer que casi me olvide. Sin palabras, camino hacia adelante y tomo la mano de Lali. La llevo a la ventana y se quedó detrás de ella, descansando mis manos sobre sus hombros.
Acerco mi boca a su oreja. Mi aliento le pone su piel de gallina. En el buen sentido.

—Demasiado tarde.
Yo quería ser simple. Algo que podría haber tallado en un árbol o pintado en la pared si fuéramos niños. Pero necesitaba que fuera claro. Una proclamación. Diciéndole a Lali y a las demás mujeres allá afuera que yo, Peter Lanzani, estoy fuera de la cancha.
Lali jadea cuando lo ve.

Allá en el cielo, en grandes letras blancas, para que toda la ciudad lo pueda ver:

Peter Lanzani + Lali Esposito
POR SIEMPRE
Siempre ve a la cima. ¿Te lo había dicho?
¿No? Bueno ahora te lo estoy diciendo.
No me importa si eres un hombre de negocios, un cantante o un presentador de programa de televisión — déjalas con ganas de más. Nunca sobrestimes tu juego. Siempre puedes volver más tarde para una repetición, pero una vez que estén hartas de ti, no hay ningún retira lo dicho.
Beso la parte superior de su cabeza. 


—Nos vemos el sábado, Ally.
Y ella todavía está mirando por la ventana cuando salgo.

...

No te preocupes, el espectáculo aún no ha terminado. Todavía tengo algunos trucos bajo la manga, y siempre guardo lo mejor para el final. Realmente no vas a querer perder esto.
Me dirijo hacia el escritorio de Cande. 


—Necesito a la floristería al teléfono. Y el catering. Y programa una cita para mí —esta noche— con el diseñador de interiores que hablamos ayer.
Ella levanta su teléfono y marca. 

—Estoy en ello.
Sí, he dicho diseñador de interiores. No sabes para lo que es, ¿verdad?
Es el gran final. Mi jugada ganadora.
Ya lo verás.
El sábado por la noche.





CONTINUARA...



PERDOOOOOOONNNNN POR TODOS ESTOS DIAS SIN SUBIR PASA QUE EL ORDENADOR SE ME HA ROTO Y ADEMAS NO HE TENIDO TIEMPO DE SUBIR.BSS 


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