viernes, 3 de abril de 2015

Tangled #5



CAPITULO 5

Y ASÍ COMENZARON—los Juegos Olímpicos de la banca de inversiones. Me gustaría decir que fue una competencia madura entre dos profesionales y altamente inteligentes colegas. Me gustaría decir que fue amistosa.
Me gustaría pero… no lo haré. Porque estaría mintiendo.
¿Recuerdas el comentario de mi padre? ¿Acerca de Lali siendo la primera en llegar a la oficina y la última en irse? Se quedó en mi mente toda esa noche.

Verás, conseguir a Anderson no sólo era hacer tu mejor presentación, tener las mejores ideas. Eso es lo que Lali pensaba… pero yo tenía más conocimiento. El hombre es mi padre, después de todo; compartimos el mismo ADN. También se trataba de recompensar. Quién era más dedicado. Quién se lo había ganado. Y estaba determinado a demostrarle a mi padre que yo era ese “quién.”
Así que, al día siguiente llegué una hora más temprano. Más tarde esa mañana cuando Lali llego, no levante la mirada de mi escritorio, pero sentí cuando paso por mi puerta.

¿Ves la mirada en su rostro? ¿La leve pausa en su caminar cuando me ve? ¿El ceño fruncido que aparece cuando se da cuenta de que es la segunda en llegar? ¿Ves el acero en sus ojos?
Obviamente, no soy el único jugando para ganar.
Entonces, el miércoles, llego a la misma hora para encontrar a Lali tecleando sin parar en su escritorio. Alza la vista cuando me ve. Sonríe jovialmente. Y saluda con la mano.
No. Lo. Creo.
El día después de eso, llego otra media hora más temprano… y así sucesivamente. ¿Ves el patrón aquí? Para cuando llega el siguiente viernes, me encuentro a mí mismo dirigiéndome al frente del edificio a las cuatro y media.
¡Cuatro y media, maldita sea!
Aún está oscuro. Y cuando llego a la puerta del edificio, ¿adivina a quién veo frente a mí, llegando a la misma hora?

Lali.

¿Puedes oír el siseo en mi voz? Espero que puedas. Nos quedamos ahí parados mirándonos el uno al otro a los ojos, aferrando nuestros capuchinos extra grandes-llenos de cafeína-con moka doble en nuestras manos.
Como que te recuerda a una de esas viejas películas del oeste, ¿no? Ya sabes de las que estoy hablando, aquellas donde los dos tipos caminan por una calle vacía al mediodía para un duelo. Si escuchas con atención, probablemente puedas escuchar la solitaria llamada de un buitre al fondo.
Al mismo tiempo, Lali y yo dejamos caer nuestras bebidas y corremos como locos a la puerta. En el vestíbulo, ella presiona furiosamente el botón del elevador mientras yo me dirijo a las escaleras. Genio que soy, me imagino que puedo subirlas de tres en tres. Casi mido uno ochenta, largas piernas. El único problema con eso, por supuesto, es que mi oficina está en el piso cuarenta.
Idiota.
Cuando por fin llego a nuestro piso, jadeando y sudando. Veo a Lali recargada tranquilamente contra la puerta de su oficina, sin abrigo, un vaso de agua en mano. Me lo ofrece, junto con esa hermosa sonrisa suya.
Me hace querer besarla y estrangularla al mismo tiempo. Nunca me ha gustado el S&M10. Pero estoy comenzando a ver sus beneficios.

—Aquí tienes. Te ves como que podrías usar esto, Peter —me tiende el vaso y se aleja de manera ostentosa—que tengas un buen día.

Bien.
Claro, que lo tendré.
Porque está comenzando de forma genial hasta ahora.

...

Estoy seguro que he dicho esto antes, pero lo diré de nuevo para que nos entendamos. Para mí, el trabajo supera al sexo. Cada vez. Siempre.
Excepto los sábados por la noche. El sábado es noche de club. Noche de chicos. Noche de salir-con-chicas-hermosas-y-follarlas-hasta-que-se-desmayen. A pesar de mi renovada diligencia en el trabajo cuando compito contra Lali por Anderson, mi noche de sábado no cambia. Es sagrada.
¿Qué? ¿Quieres que me vuelva condenadamente loco? Puro trabajo y nada de juego convierte a Peter en un cascarrabias.

Entonces, ese sábado por la noche conozco a una morena divorciada en un bar llamado Rendezvous. Me he encontrado a mí mismo sintiéndome atraído hacia las morenas durante el último par de semanas.
No necesitas ser Sigmund Freud para entender esa.
Como sea, es una noche genial. Las mujeres divorciadas tienen un montón de ira contenida, un montón de frustración escondida, lo que nunca falla a la hora de convertirla en una buena, larga y dura follada. Es exactamente lo que estoy buscando y justo lo que necesito.
Pero, por alguna razón, al día siguiente aún estoy tenso. Inquieto.
Es como si le hubiera pedido una cerveza a la mesera, y me trajera un refresco. Como si hubiera comido un sándwich cuando lo que en realidad quería era un buen y jugoso bistec. Estoy lleno. Pero lejos de estar satisfecho.
En ese momento, no sé por qué me siento así. Pero apuesto a que tú sí, ¿verdad?

...

Para hacer mi trabajo correctamente, necesito libros, un montón de ellos. Las leyes, códigos y regulaciones involucradas en lo que hago son minuciosas y cambian frecuentemente.
Afortunadamente para mí, mi firma tiene la más extensa colección de materiales de consulta pertinente en la ciudad. Bueno, a excepción de tal vez la biblioteca de la ciudad. ¿Pero has visto ese lugar? Es como un maldito castillo. Te toma años encontrar algo en dónde debería estar, y cuando lo haces, lo más probable es que ya lo hayan pedido prestado. La biblioteca privada de mi firma es mucho más conveniente.
Así que, el jueves por la tarde, estoy en mi escritorio trabajando con una de las referencias arriba mencionadas cuando ¿quién debería bendecirme con su presencia?

Síp, la encantadora Lali Esposito. Hoy se ve particularmente deliciosa.
Su voz es titubeante.

—¿Oye, Peter? Estaba buscando el Análisis Técnico de los Mercados Financieros de este año, y no está en la biblioteca. ¿Lo tienes tú de casualidad? —se muerde el labio de la adorable forma en que lo hace cuando está nerviosa.

El libro en cuestión está de hecho justo sobre mi escritorio. Y ya casi termino con él. Podría ser el mejor hombre, la mejor persona, y dárselo.
Pero no crees que de verdad vaya a hacer eso, ¿cierto? ¿No has aprendido nada de nuestras anteriores conversaciones?

—Sí, de hecho sí lo tengo —le digo.

Sonríe.

—Oh, genial. ¿Cuándo crees que habrás terminado con él?

Miro al techo, aparentemente pensándolo.

—No estoy seguro. Cuatro… tal vez cinco… semanas.
—¿Semanas? —pregunta, mirándome fijamente.

¿Puedes ver que está molesta?
Sé lo que estás pensando. Si al final quiero, después de que toda esta situación de Anderson termine, hacer el tango horizontal con Lali, ¿por qué no trato de ser un poco más amable con ella? Y estás en lo cierto. No tiene sentido.
Pero lo de Anderson todavía no termina. Y como he dicho antes, esto, mis amigas, es guerra. Estoy hablando de una guerra tipo DEFCON-uno11, a muerte, te-derribaré-incluso-si-eres-una-chica.
No le darías una bala a un francotirador que tiene su arma apuntada a tu frente, ¿o sí?

Además, Lali es demasiado sexy cuando está enojada como para que deje pasar la oportunidad de verla cabreada de nuevo, sólo para mi propio placer retorcido. La miro de arriba abajo con apreciación mientras hablo, antes de esbozar mi juvenil sonrisa patentada ante la que la mayoría de las mujeres están indefensas.
Lali, por supuesto, no es una de esas mujeres. Imagínate.

—Bueno, supongo que si lo pides amablemente… y añades un masaje de hombros mientras lo pides… puede que esté persuadido a dártelo ahora.

La verdad es, nunca pediría nada que se asemejara a un favor sexual a cambio de algo relacionado con el trabajo. Soy muchas cosas. Un patán que se aprovechaba de los problemas de otros así como así no era una de esas cosas.

Pero el último comentario podía definitivamente ser interpretado como evidente acoso sexual de la vieja escuela. ¿Y si Lali le contaba a mi padre que le había dicho eso? Por Dios, él me despediría más rápido de lo que podías decir, “hasta el cuello de mierda.” Después lo más probable es que me golpee en el trasero como buena medida.
Estaba caminando en una maldita cuerda floja. Sin embargo, aunque existía la posibilidad, estoy 99.9% seguro de que Lali no me delatará. Es demasiado igual a mí. Quiere ganar. Quiere derrotarme. Y quiere hacerlo ella sola.
Pone las manos en sus caderas y abre la boca para atacarme, probablemente para describir en dónde puedo meterme mi libro, supongo. Me reclino con una sonrisa divertida, ansiosamente anticipando la explosión… que nunca llega.
Inclina la cabeza a un costado, cierra la boca, y dice:

—¿Sabes qué? No importa.

Y con eso, sale por la puerta.
Huh.
Un poco decepcionante, ¿no crees? También lo creo.
Espera.

...

Unas horas después, estoy abajo en la biblioteca buscando un enorme libro de consulta titulado Banca de Inversiones y Comercial y el Crédito Internacional y los Mercados de Capital. Toda la serie de Harry Potter cabría en un capítulo de este maldito. Reviso los estantes en donde debería estar… pero no está ahí.
Alguien más debe tenerlo.
Dirijo mi atención a un volumen mucho más pequeño, pero igual de importante, llamado Regulación del Manejo de las Inversiones, Séptima Edición. Sólo para descubrir que tampoco está.
¿Qué demonios?
No creo en coincidencias. Tomo el elevador de regreso al piso cuarenta y resueltamente voy derecho a la puerta abierta de Lali.

No la veo de inmediato.
Debido a que apilados sobre y alrededor de su escritorio, en ordenadas columnas de la altura de un rascacielos, hay libros. Cerca de tres docenas de ellos.
Por un momento, me congelo, mi boca abierta y mis ojos abiertos por la sorpresa. Después, a lo tonto, me pregunto cómo demonios los subió todos aquí. Lali pesa cincuenta kilos como mucho. Tiene que haber varios kilos de páginas en este cuarto.

Es entonces que su cabeza con brillante cabello negro surge en el horizonte. Y, una vez más, sonríe. Como un gato con un pajarito en la boca.
Odio a los gatos. Tiene una apariencia un poco diabólica, ¿no crees? Como si sólo estuvieran esperando a que te quedes dormido para que puedan asfixiarte con su pelaje u orinar en tu oído.

—Hola, Peter. ¿Necesitas algo? —me pregunta con falsa benevolencia.

Sus dedos dando golpecitos rítmicamente sobre dos enormes libros de tapa dura.

—Ya sabes… ¿ayuda? ¿Consejo? ¿Indicaciones a la biblioteca pública?

Me trago mi respuesta. Y le frunzo el ceño.

—No. Estoy bien.
—Oh. Está bien, genial. Adiosito, entonces —y con eso, desaparece de nuevo detrás de la montaña literaria.

Esposito: dos.
Lanzani: cero.

...

Después de eso, las cosas se pusieron feas.
Me avergüenza decir que tanto Lali como yo nos sumergimos en nuevas formas rastreras de sabotaje profesional. En realidad nunca llegaron a estar en el terreno de lo ilegal. Pero definitivamente estaban cerca.
Un día llegué para encontrar que todos los cables de mi computadora estaban perdidos. No provocó ningún daño duradero, pero tuve que esperar una hora y media para que apareciera el técnico y la reconectara.

Al día siguiente, Lali llego para descubrir que “alguien” había cambiado todas las etiquetas de sus discos y archivos. Nada fue borrado, eso sí. Pero tenía que ver cada uno si quería encontrar los documentos que necesitaba.
Unos días después de eso en una junta de staff, accidentalmente derramé un vaso de agua en una información que Lali recopiló para mi padre. Algo que probablemente le tomó cinco horas más o menos reunirla.

—Oops. Lo siento —digo, dejando que la sonrisita de suficiencia en mi rostro le diga cuán apenado estoy.
—Está bien, Sr. Lanzani —le asegura a mi padre mientras limpia el desorden—. Tengo otra copia en mi oficina.

Qué previsor de su parte, ¿no creen?
Más tarde, a mitad de la misma junta, ¿sabes lo que hace ella?
¡Me da una patada! En la espinilla, bajo la mesa.

—Hmph —gruño, y mis manos se convierten en puños por reflejo.
—¿Estás bien, Peter? —pregunta mi padre.

Sólo puedo asentir y chillar:

—Algo en mi garganta —toso dramáticamente

Verás, no voy a ir a llorarle a mi papi tampoco. Pero por Dios santo, duele. ¿Alguna vez has sido pateada en la espinilla con un zapato que tiene una punta de diez centímetros? Para un hombre, sólo hay un área en la que es más doloroso ser pateado.
Y es un lugar que no me atrevo a decir su nombre.
Después de que el dolor pulsante en mi pierna disminuye un poco, escondo mi mano detrás de algunos papeles volteados mientras mi padre está hablando. Luego le hago la seña del dedo medio levantado a Lali. Inmaduro, lo sé, pero aparentemente ahora ambos estamos funcionando al nivel de preescolar, así que supongo que está bien.

Lali me desdeña. Luego articula, Ya quisieras.
Bueno… ahí me atrapó, ¿no es cierto?

...

Estamos en la recta final. Un mes de combate mortal ha pasado, y mañana es la fecha límite de mi padre. Son alrededor de las once en punto, y Lali y yo somos los únicos que quedamos en el edificio.
He tenido esta fantasía un centenar de veces. Aunque, debo decir que, nunca nos incluyó en nuestras respectivas oficinas, lanzándonos miradas asesinas uno al otro a través del pasillo… acompañadas por el ocasional gesto obsceno con la mano.
Echo un vistazo y la veo revisando sus gráficas. ¿Qué está pensando? ¿Es esta la Edad de Piedra? ¿Quién demonios aún usa cartulinas? Anderson es mío definitivamente.

Sólo estoy terminando los toques finales en mi propia impresionante presentación en PowerPoint cuando Nico entra en mi oficina. Se dirige al bar. No importa que sea un miércoles por la noche; así es Nico. Hace unas cuantas semanas, así era yo también.
Me mira por un largo rato, sin decir nada. Después se sienta en el borde de mi escritorio y dice:

—Tío, sólo hazlo ya, maldición.
—¿De qué estás hablando? —pregunto, mis dedos nunca hacen una pausa al escribir en el teclado.
—¿Te has visto últimamente? Necesitas sólo ir ahí y hacerlo.

Y ahora me está molestando.

—Nico, ¿qué demonios estás tratando de decir?

Pero todo lo que responde es:

—¿Alguna vez viste War of the Roses12? ¿Es así como quieres terminar?
—Tengo trabajo que hacer. No tengo tiempo para esto ahora.

Levanta las manos.

—Bien. Lo intenté. Cuando los encontremos a ambos en el vestíbulo bajo la araña de luces caída, le diré a tu madre que lo intenté, maldición.

Dejo de teclear.

—¿A qué carajos te refieres?
—Me refiero a Lali y tú. Es obvio que sientes algo por ella.

Echo un vistazo a su oficina cuando él dice su nombre. Ella no levanta la vista.

—Sí, si siento “algo” por ella. Una extrema aversión. No nos soportamos entre nosotros. Es una pesada. No la follaría ni con un dildo de tres metros.

De acuerdo, eso no es verdad. Sí que la follaría. Pero no me gustaría.
Sí… estás en lo cierto. Eso tampoco es verdad.
Nico se sienta en la silla frente a mi escritorio. Puedo sentirlo mirándome fijamente de nuevo. Entonces suspira. Y dice, como si debiera ser alguna revelación impresionante:

—Sally Jansen.

Lo miro sin comprender.
¿Quién?

—Sally Jansen —dice de nuevo, luego aclara—. Tercer grado.

La imagen de una pequeña niña con trenzas castaño claro y gruesos anteojos viene a mi mente.
Asiento.

—¿Qué con ella?
—Fue la primer chica a la que amé alguna vez.

Espera. ¿Qué?

—¿No solías llamarla Apestosa Sally?
—Sí —asiente solemnemente—. Sí, lo hice. Y la amaba.

Seguía confundido.

—¿No lo entiendes, es decir, todo el tercer grado le dijiste Apestosa Sally?

Asiente de nuevo y, tratando de sonar sabio, dice:

—El amor hace que cometas estupideces.Supongo, porque…
—¿No se tuvo que ir temprano dos veces a la semana para ir a un terapeuta porque la atormentaste demasiado?

Reflexiona sobre eso un momento.

—Sí, es verdad. Sabes, hay una delgada línea entre el amor y el odio, Peter.
—¿Y Sally Jansen no se cambió de escuela más tarde ese año porque…
—Mira, el punto aquí, hombre, es que me gustaba la chica. La amaba. Pensaba que era maravillosa. Pero no pude lidiar con esos sentimientos. No sabía cómo expresarlos del modo correcto.

Nico normalmente no está así de en contacto con su lado femenino.

—¿Así que la atormentaste en su lugar? —pregunto.
—Tristemente, sí.
—¿Y eso tiene que ver con Lali y conmigo porque…?

Hace una pausa por un momento y después me da... la mirada. El ligero movimiento de cabeza, el gesto de triste decepción. Esa mirada justo ahí es peor que la culpa de una madre, lo juro.
Se para, me da un golpecito en los brazos, y dice:

—Eres un hombre listo, Peter. Lo descubrirás —y con eso, se va.

Sí, sí, sé lo que Nico está tratando de decir. Lo entiendo, de acuerdo. Y te digo, honestamente, está loco.
No peleo con Lali porque me guste. Lo hago porque su existencia está jodiendo la trayectoria de mi carrera. Es una molestia. Una mosca en mi sopa. Un dolor en mi trasero. Tan doloroso como ese maldito piquete de abeja en mi mejilla izquierda en el campamento de verano cuando tenía once años.
Claro, ella sería un polvo estupendo. Montaría el Expreso Lali Esposito en cualquier momento. Pero nunca sería nada más que un buen revolcón. Eso es todo, amigos.

¿Qué? ¿Por qué me miras así? ¿No me crees?
Entonces tú estás tan loca como Nico.




CONTINUARA...

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